cristo coro

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miércoles, 14 de febrero de 2018

Estrenad un corazón nuevo (Ez 18,31)



La angustia invade a los deportados de Judá en Babilonia. El profeta Ezequiel le invita a salir del abismo. Les apremia a seguir creyendo en la vida: es a la vida a lo que están llamados; Yahvé no se complace en la muerte de nadie (Ez 18,32; 33,10-20).
Y Ezequiel les muestra el camino de su resurrección: “Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 18,31). Son unas palabras de una sencillez desconcertante.
A partir de ahora, aquello en lo que debe apoyarse del todo la vida religiosa ya no es el Templo, ni Jerusalén, ni los sacrificios ni los holocaustos; es el corazón, es decir, lo más íntimo, lo más profundo y lo más personal que hay en el ser humano. También lo más duradero. Cuando todo está perdido, aún queda el corazón. Desde él, y sólo desde él, puede recomenzar la vida.
Ahora bien, la vida no recomenzará si no es desde un corazón nuevo. “Estrenad un corazón nuevo”: estas palabras son una llamada a una renovación en profundidad. Remiten al ser humano al misterioso poder de renovación que habita en su propio corazón. En este poder residen una posibilidad de salvación y una gracia de resurrección permanentemente ofrecidas. A cada uno corresponde hacer suyas esta posibilidad y esta gracia; decidirse personalmente por la vida o por la muerte. Cada cual, en cada instante, puede y debe elegir. Y sea cual fuere su pasado, en todo momento puede renacer o morir. Es algo que depende exclusivamente de él. La relación del hombre con Dios reposa únicamente en lo más íntimo de cada uno: en la orientación profunda de su corazón. Cada uno, en cada instante, puede empezar un futuro nuevo.
Pero ¿serán capaces de entender un lenguaje como este? ¡Están tan alejados de su propio corazón…! Decidir por uno mismo y a solas…: ¡difícil tarea. No han aprendido a servirse de su corazón, a apoyarse en él. No saben escuchar, pensar, vivir con su propio corazón. Siguen buscando una seguridad exterior… No conocen a Yahvé con el corazón. No comprenden nada. Se sienten solos. Tienen miedo.
“¿Por qué quieres morir? La noche está llena de secreto. ¡Abre tu corazón a lo desconocido!”.
Lo desconocido es el futuro que está pidiendo nacer. Es el Espíritu que planea sobre las aguas y las bate cons sus alas gigantes. Siempre parece golpear desde fuera, pero llama desde dentro. Tiene el rostro del otro, del extranjero, incluso del enemigo; y, sin embargo, es el íntimo, la profundidad inexplorada. El Espíritu es la llamada creadora en la criatura, el impulso irresistible de nuestro ser hacia un ser mayor.
La hora en la que el ser humano ya no sabe quién es, en la que vaga errante como una sombra entre sus propias ruinas, esa hora de la gran soledad y del vacío es también la hora de los grandes comienzos. Es la hora en que nos visita lo desconocido, la hora en que el futuro nos atrae hacia sí. Es la hora en que el Espíritu nos hace señas porque quiere hacerse en nosotros “corazón nuevo”, “espíritu nuevo”.  
 (Cf E. Leclerc, El pueblo de Dios en la noche)